domingo, julio 15, 2012

FACTORES INVISIBLES DEL ENTRENAMIENTO



Serán factores invisibles “todos aquellos componentes humanos de la personalidad del jugador, apenas observables, que requieren una más concienzuda atención y delicadeza por parte del entrenador”, y en este caso, "invisibles" sería sinónimo de "dignos de máxima preocupación".
A “todas aquellas calidades humanas, positivas o negativas, que se vinculan, por ejemplo, al mundo de los sentimientos del jugador, a su peculiar modo de enfrentarse a ellos, superándolos o no, y a los conflictos que nacen en sí mismo o a su alrededor”, se habla poco de estos factores que permanecen invisibles para la opinión pública.
No se habla de ello porque el espectador se queda con lo que ve en los campos de juego, los fallos, los goles, las lesiones, las carreras, los sistemas defensivos, los resultados finales, y no le importan otros asuntos: Si el jugador padece un desequilibrio psíquico, está distraído por un problema familiar que le impide concentrarse en el juego, o es que se siente deprimido o desganado, y cuando ese mismo espectador acude a presenciar un entrenamiento tampoco se fija en la razón última de los comportamientos de los jugadores.
Le basta con darse cuenta de cómo chuta a portería o como pasa un balón.; lo demás es como si no existiera y, sin embargo existe.

Creemos que todos los jugadores son iguales y deben responder de igual forma, y nada más ajeno a la realidad, pues cada uno es un mundo de fijaciones y de valores muy dispares, que necesita ser entendido y ser entrenado en consecuencia con esas categorías humanas. El entrenador tiene que distinguir estas facetas humanas, pues de lo contrario perjudicará notablemente a sus jugadores.
Se actúa con los futbolistas suponiendo que está atento al partido, que están suficientemente motivados, que les preocupa comprender el alcance de los programas establecidos, pero apenas comprobamos esas suposiciones, y en muchos casos ni nos molestamos en averiguar científicamente el grado o estado de preparación humana de esos jugadores con los que convivimos, pero a los que únicamente exigimos la apariencia o la manifestación externa de una conducta que actúe para sacar adelante el partido.

Ahora bien, conocer el por qué se procedió de una determinada manera, o por qué se obró en contra de lo establecido, o por qué el desacierto de cara a la portería, se solventa con los juicios de valor más o menos superficiales, o se atribuyen tanto a los fracasos como los éxitos a factores visibles del futbolista, de más sencilla apreciación "estaban cansados y se hundieron al final", "no hubo suerte", "el árbitro no apreció la ley de la ventaja", "se hizo lo que se pudo", y otro tipo de afirmaciones semejantes, cuando no se acude al silencio como dando a entender que hay problemas de fondo que no deben ser revelados.

EL FUTBOLISTA EN EL ENTRENAMIENTO Y AL MARGEN DEL MISMO

El futbolista llega al entrenamiento todos los días con puntualidad y con el deseo de cumplir una obligación contractual.
Conforme a la distinción que establecíamos en el apartado anterior, se someten al entrenamiento tanto los factores visibles como los invisibles que guarden relación con el futbolista, facetas propias del jugador como persona y como técnico del fútbol. Así pues, y llegados a este punto, la única y privilegiada realidad primera y visible es el hombre jugador de fútbol. Los demás factores humanos que sometemos a consideración deben quedar configurados al servicio de ese hombre futbolista.

Pero, ¿le interesa al entrenador profundizar en ese mundo del futbolista para ayudarle en esa dirección? ¿Consiente el futbolista en ese tratamiento, lo rehúye por miedo a que su intimidad quede alterada o su responsabilidad comprometida con una mayor exigencia? ¿Conoce el entrenador los mecanismos que propician el entendimiento de estas cualidades potenciales, dormidas, en sus jugadores y los resortes que permiten esclarecerlas para aprovecharse luego de ellas? ¿Se potencian únicamente los factores visibles del futbolista por ser de más fácil entrenamiento?
Y en el caso del jugador: ¿qué inhibiciones dificultan la manifestación, la expresión visible, de la personalidad del futbolista? ¿Qué diferencias culturales, por ejemplo, ocasionan el retraimiento de algunos jugadores en sus relaciones con los demás de un equipo? ¿Qué prejuicios impiden que los futbolistas actúen con plena libertad, sin quedar sometidos a generalizaciones gratuitas condicionantes? En definitiva, tipos de bloqueos que interrumpen la adecuación entre lo mejor de cada futbolista, interno y desconocido hasta para sí mismo, y la constatación exterior, espontánea y conocida por todos, de ese mundo que actúa sin miedos de ninguna clase.
Este es el desafío que se impone a los hombres que viven para el fútbol, darse cuenta de los recursos muertos, inutilizados, que aún le queda al equipo para garantizar su firmeza y su eficacia. El desafío radica en el aprovechamiento de lo que se tiene, en el descubrimiento de lo que aún no ha sido explotado. Así se planifica un entrenamiento, no para repetir lo que ya se sabe, sino sobre todo para potenciar el lado oscuro, menos trabajado, de unos hombres que aún pueden dar de sí mismos mucho más de lo que habitualmente ofrecen.
Nuestra atención está centrada en el entrenamiento, sin tener en consideración los resultados de los partidos, y nos importa subrayar las posibles lagunas que se dieran cita en él. Nos basta declarar que la ausencia de un procedimiento apropiado para coordinar los factores visibles y los invisibles de los futbolistas llevará a un fracaso cierto, que el entrenamiento exclusivo de los factores visibles tampoco remedia las exigencias de totalidad que le conciernen, y que, del mismo modo, tampoco es válido el olvido de los factores visibles para quedarse atentos sólo al mundo interior de los jugadores. Es preciso atender a ambos campos sobre los que se asienta la persona, indivisible, del futbolista, que en determinados momentos haya que atender preferentemente a uno o a otro será cuestión de prudencia o de necesidad metodológica, que no excluirá a ninguno de los factores citados.

El futbolista al margen del entrenamiento

No todo es entrenamiento en la vida del futbolista, aunque también es verdad que todo sirve para que el futbolista permanezca entrenado. En la mente de todos está patente que de nada serviría el entrenamiento, si luego el futbolista no se cuidara en su vida privada. Al futbolista le persigue el deber de mantenerse en forma.
Esta es otra faceta del entrenamiento invisible. Una vida metódica arropa eficazmente cuantos esfuerzos se realicen en las sesiones de entrenamiento, y así podríamos llegar a la conclusión de que el futbolista siempre está atento al entrenamiento como actitud de vida, de una forma o de otra, activo física y mentalmente, o pasivo en el descanso o en la dedicación a otros quehaceres que compensen su entrega en los terrenos de juego.
Es decir, que aunque un día no entrenara, tendría que vigilarse para no caer en el exceso de la bebida, de una dedicación física que le causara paralelamente al entrenamiento, de una preocupación psíquica que le indispusiera para el esfuerzo del día siguiente. No son tanto las horas de trabajo directo, controlado personalmente por los técnicos, como las horas libres, a disposición del futbolista, las que conviene adecuar con madurez a los fines que se persiguen en los entrenamientos.

Sin esta colaboración por los propios futbolistas de cara a su permanente estado óptimo, el entrenador de un equipo asistirá casi de inmediato a la ruina de sus planes de trabajo en los entrenamientos. Por eso debo afirmar con rotundidad que el futbolista debería ser su primer entrenador (en este apartado), su primer cuidador y celoso amonestador cuando se sintiera al margen de la exigencia del entrenamiento, y por supuesto que también el equipo como tal tiene mucho que decir en estas consideraciones.
Los componentes de un equipo conocen de sobra la dedicación al margen del entrenamiento de cada uno de sus compañeros. En términos de diálogo y convencimiento de que todos se necesitan, y de que sus excesos revierten luego en el fracaso de los demás es necesario "trasladar" al compañero que su conducta es reprobable.

La repetición de esos estados de ánimo en ese jugador, debe provocar, con razón, la crítica airada de quienes actúan responsablemente. El grupo, no debería tolerar la continuidad de esa conducta rechazable. Una cosa es la vida íntima y privada del futbolista y otra la repercusión que el sentido negativo de esa vida tenga en el esfuerzo del grupo.


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